Kant
1. Introducción
Kant, Immanuel (1724-1804), filósofo alemán, considerado por muchos como el pensador más influyente de la era moderna.
2. Vida
Nacido en Königsberg (actual ciudad rusa de Kaliningrado) el 22 de abril de 1724, estudió en el Collegium Fredericianum desde 1732 hasta 1740, año en
que ingresó en la universidad de su ciudad natal. Su formación primaria se basó sobre todo en el estudio de los clásicos, mientras que sus estudios
superiores versaron sobre Física y Matemáticas. Desde 1746 hasta 1755, debido al fallecimiento de su padre, tuvo que interrumpir sus estudios y trabajar
como preceptor privado. No obstante, gracias a la ayuda de un amigo pudo continuarlos en 1755, año en que recibió su doctorado. Comenzó entonces
una intensa carrera docente en la propia Universidad de Königsberg; primeramente impartió clases de Ciencias y Matemáticas, para, de forma paulatina,
ampliar sus temas a casi todas las ramas de la filosofía. Pese a adquirir una cierta reputación, no fue nombrado profesor titular (de Lógica y Metafísica)
hasta 1770. Durante los siguientes 27 años vivió dedicado a su actividad docente, atrayendo a un gran número de estudiantes a Königsberg. Sus
enseñanzas teológicas (basadas más en el racionalismo que en la revelación divina) le crearon problemas con el gobierno de Prusia y, en 1794, el rey
Federico Guillermo II le prohibió impartir clases o escribir sobre temas religiosos. Kant acató esta orden hasta la muerte del Rey; cuando esto ocurrió se
sintió liberado de dicha imposición. En 1798, ya retirado de la docencia universitaria, publicó un epítome en el que expresaba el conjunto de sus ideas en
materia religiosa. Falleció el 12 de febrero de 1804 en Königsberg.
3. Pensamiento y obras
La piedra angular de la filosofía kantiana (en ocasiones denominada "filosofía crítica") está recogida en una de sus principales obras, Crítica de la razón
pura (1781), en la que examinó las bases del conocimiento humano y creó una epistemología individual. Al igual que los primeros filósofos, Kant
diferenciaba los modos de pensar en proposiciones analíticas y sintéticas. Una proposición analítica es aquella en la que el predicado está contenido en
el sujeto, como en la afirmación "las casas negras son casas". La verdad de este tipo de proposiciones es evidente, porque afirmar lo contrario supondría
plantear una proposición contradictoria. Tales proposiciones son llamadas analíticas porque la verdad se descubre por el análisis del concepto en sí
mismo. Las proposiciones sintéticas, en cambio, son aquellas a la ilustrada por la empírica "la casa es negra" y la a priori "dos más dos son cuatro". La
tesis sostenida por Kant en la Crítica de la razón pura consiste en que resulta posible formular juicios sintéticos a priori . Esta posición filosófica es
conocida como transcendentalismo. Al explicar cómo es posible este tipo de juicios, consideraba los objetos del mundo material como incognoscibles en
esencia; desde el punto de vista de la razón, sirven tan sólo como materia pura a partir de la cual se nutren las sensaciones. Los objetos, en sí mismos,
no tienen existencia, y el espacio y el tiempo pertenecen a la realidad sólo como parte de la mente, como intuiciones con las que las percepciones son
medidas y valoradas.
Además de estas intuiciones, afirmó que también existen un número de conceptos a priori, llamados categorías. Dividió éstas en cuatro grupos: las
relativas a la cantidad (que son unidad, pluralidad y totalidad), las relacionadas con la cualidad (que son realidad, negación y limitación), las que
conciernen a la relación (que son sustancia-y-accidente, causa-y-efecto y reciprocidad) y las que tienen que ver con la modalidad (que son posibilidad,
existencia y necesidad). Las intuiciones y las categorías se pueden emplear para hacer juicios sobre experiencias y percepciones pero, según Kant, no
pueden aplicarse sobre ideas abstractas o conceptos cruciales como libertad y existencia sin que lleven a inconsecuencias en la forma de binomios de
proposiciones contradictorias, o antinomias, en las que ambos elementos de cada par pueden ser probados como verdad.
En la Metafísica de las costumbres (1797) Kant describió su sistema ético, basado en la idea de que la razón es la autoridad última de la moral. Afirmaba
que los actos de cualquier clase han de ser emprendidos desde un sentido del deber que dicte la razón, y que ningún acto realizado por conveniencia o
sólo por obediencia a la ley o costumbre puede considerarse como moral. Describió dos tipos de órdenes dadas por la razón: el imperativo hipotético, que
dispone un curso dado de acción para lograr un fin específico; y el imperativo categórico, que dicta una trayectoria de actuación que debe ser seguida por
su exactitud y necesidad. El imperativo categórico es la base de la moral y fue resumido por Kant en estas palabras claves: "Obra como si la máxima de
tu acción pudiera ser erigida, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza".
Las ideas éticas de Kant son el resultado lógico de su creencia en la libertad fundamental del individuo, como manifestó en su Crítica de la razón práctica
(1788). No consideraba esta libertad como la libertad no sometida a las leyes, como en la anarquía, sino más bien como la libertad del gobierno de sí
mismo, la libertad para obedecer en conciencia las leyes del Universo como se revelan por la razón. Creía que el bienestar de cada individuo sería
considerado, en sentido estricto, como un fin en sí mismo y que el mundo progresaba hacia una sociedad ideal donde la razón "obligaría a todo legislador
a crear sus leyes de tal manera que pudieran haber nacido de la voluntad única de un pueblo entero, y a considerar todo sujeto, en la medida en que
desea ser un ciudadano, partiendo del principio de si ha estado de acuerdo con esta voluntad".
Su pensamiento político quedó patente en La paz perpetua (1795), ensayo en el que abogaba por el establecimiento de una federación mundial de
estados republicanos. Además de sus trabajos sobre filosofía, escribió numerosos tratados sobre diversas materias científicas, sobre todo en el área de la
geografía física. Su obra más importante en este campo fue Historia universal de la naturaleza y teoría del cielo (1755), en la que anticipaba la hipótesis
(más tarde desarrollada por Laplace) de la formación del Universo a partir de una nebulosa originaria. Entre su abundante producción escrita también
sobresalen Prolegómenos a toda metafísica futura que pueda presentarse como ciencia (más conocida por el nombre de Prolegómenos, 1783), Principios
metafísicos de la ciencia natural (1786), Crítica del juicio (1790) y La religión dentro de los límites de la mera razón (1793).
Crítica de la razón pura, principal obra escrita por el filósofo alemán Immanuel Kant. Fue publicada en 1781 en alemán (título original: Kritik der reinen
Vernunft) y fue reeditada (con alguna revisión) en 1787.
4. Objetivo de la obra
Según el propio Kant, el propósito de esta obra era que la filosofía experimentara su propia "revolución copernicana". Cuestionar la razón como facultad
de conocer y tomar conciencia de las limitaciones de la propia filosofía, en tanto que la metafísica quiere acceder a la condición de ciencia, es el propósito
que Kant abordó en Crítica de la razón pura. Hasta entonces, en efecto, la metafísica oscilaba entre el empirismo (que no concebía ningún conocimiento
fuera de la experiencia) y el racionalismo (que planteaba su objeto en lo absoluto). Kant intentaba eludir esta alternativa, demostrando que si, según
David Hume, todo conocimiento supone la dimensión experimental del objeto, ésta implica también una disponibilidad innata en el sujeto. Y, de hecho,
Kant se pregunta si es posible hacer de la metafísica una ciencia a semejanza de las matemáticas (donde son probadas demostraciones irrefutables) o de
la física (que obtiene leyes que las experiencias confirman). Al examinar dichas ciencias, se observa que en el origen de su progresión se encuentran las
proposiciones (o juicios) sintéticas a priori, en virtud de las que la razón presupone sus objetos, incluso en ausencia de éstos: "¿Cómo pueden nacer en
nosotros proposiciones que no nos ha enseñado ninguna experiencia?". Ahora bien, si las proposiciones sintéticas son necesarias para las ciencias
teóricas, la condición científica de la metafísica depende necesariamente de ellas; se trataría, en efecto, de definir su propio ámbito de investigación. Si
éste se caracteriza, pues, por su aprioridad (trascendental) por oposición a la aposterioridad (experimental) de la física, es entonces la facultad de
conocer la llamada a comparecer ante su propio tribunal: el instrumento de esta comparecencia es" la Crítica " , encargada de determinar los límites
intrínsecos del "conocimiento de la razón en sí misma" y de trazar "el campo de su correcto uso (...) con una certeza geométrica".
5. La intuición : el espacio y el tiempo
La Crítica de la razón pura comienza, pues, con una teoría de la sensibilidad intuitiva llamada estética trascendental. ¿En qué condiciones accede el ser
humano a los datos empíricos? Se observa en este caso que el doble sentido, externo (el espacio) e interno (el tiempo) no supone una representación
discursiva o a posteriori; en cambio, hace posible todas nuestras representaciones espaciales o temporales, empíricas o abstractas. De ello se deduce
que "todas las cosas que intuimos en el espacio o en el tiempo (...) no son más que fenómenos, es decir, puras representaciones". Puesto que las formas
a priori de la sensibilidad, que son el espacio y el tiempo, están en el origen de nuestras percepciones como nuestras concepciones, estas
representaciones, para ser sensibles, implican una idealidad que les da una pureza, es decir, su cualidad trascendental. No son ni propiedades de las
cosas de las que tendríamos una percepción previamente confusa (que el conocimiento dilucida a posteriori), ni conceptos formados por abstracción: son
intuiciones puras que, por el contrario, fundamentan a la vez construcciones de conceptos (por ejemplo matemáticos) y su verificación o aplicación en
física. En resumen, hay un conocimiento (formal o sine qua non) que precede a toda impresión empírica como todo conocimiento objetivo. Por ello, el
fenómeno no es ni la percepción inmediata de un objeto, ni su concepción a posteriori. En consecuencia, en el proceso cognoscitivo son los objetos los
que se determinan en el sujeto y no al contrario, puesto que el sentimiento del tiempo y del espacio, a la vez receptivo (empírico) y susceptivo
(trascendental), como facultad en principio estética, precede a toda verificación, empírica o científica.
6. Las categorías
De estas formas a priori u originarias y subjetivas, se puede proceder a la doble deducción trascendental de las formas a priori del entendimiento,
llamadas categorías. Este es el cometido de la analítica de los conceptos, que se pregunta acerca de la posibilidad de los juicios. La facultad de juzgar (el
entendimiento) subsume lo diverso representado en la intuición gracias a los conceptos puros o a priori, es decir, funciones que permiten sintetizar los
datos sensibles o unificarlos en objetos susceptibles de ser conocidos. A partir de su conceptualización, Kant enumera una serie de categorías donde los
juicios son clasificados según la cantidad (juicios universales, particulares o singulares), la cualidad (juicios afirmativos, negativos o infinitos), la relación
(juicios categóricos, hipotéticos o disyuntivos) y la modalidad (juicios problemáticos, asertóricos o apodícticos); estas formas lógicas dependen
respectivamente de las siguientes categorías: unidad, pluralidad, totalidad (relativas a la cantidad); realidad, negación, limitación (relativas a la cualidad);
sustancia-y-accidente, causa-y-efecto, reciprocidad (relativas a la relación); y posibilidad, existencia y necesidad (relativas a la modalidad). Por otro lado,
toda experiencia supone "la unidad sintética de lo diverso en la apercepción", o sea, un orden que las categorías garantizan: ese es el objeto de la
segunda deducción trascendental. Ahora bien, esta unidad no es otra que el sujeto del cogito. Éste no se plantea unilateralmente: si el sujeto cartesiano
es reflexivo, el kantiano es igualmente transitivo. Ni intuición, ni concepto, la unidad del "yo" es, además, la posibilidad o el poder originario de la
consciencia de oponerse a un objetivo cualquiera antes de experimentar los objetos tal como son. Esta predisposición a anticiparlos es llamada
apercepción trascendental. Además de las intuiciones, el sujeto conocedor dispone, pues, de los conceptos como herramientas de unión entre aquéllas y
las categorías: por tanto, conocer no es más que aplicar el concepto (a priori vacío) en la materia de la intuición (a priori ciega).
7. El entendimiento y los conceptos
Tras haber delimitado el campo pasivo de la receptividad, queda pues averiguar los recursos activos de que dispone el entendimiento. O lo que es lo
mismo, analizar cuáles son las condiciones que todo conocimiento objetivo requiere. Esta cuestión implica estudiar las reglas a las que el entendimiento
debe someterse para usar conceptos acertadamente. Sin embargo, la facultad de juzgar es esa instancia de jurisdicción, es decir de subsunción de los
datos (empíricos) a los conceptos generales (entendimiento), como trata de demostrar la Analítica de los principios. Por un lado, los datos sensibles, y por
otro, el concepto puro del entendimiento: se pasará de un término al otro de esta polarización del campo delimitado por la estética trascendental, gracias
al término medio que es el esquema trascendental: "esta representación intermediaria ha de ser pura (sin ningún elemento empírico), y sin embargo es
necesario que sea, por un lado intelectual y, por el otro, sensible" escribía Kant. El esquematismo es la transposición sensible (pero no empírica) de los
conceptos (no determinados) que originariamente se efectúa en la imaginación. Así, el concepto de "perro", antes de ser la experiencia actual del
susodicho animal o la enumeración de sus caracteres propios, significa primeramente "una regla según la cual mi imaginación puede experimentar, en
general, la figura de un cuadrúpedo"; en resumen, es una imagen (un esquema) al que el concepto se refiere inmediatamente: ésta no es ni reducible al
contenido concreto de una intuición, ni a la pura y simple reproducción mental de un objeto cualquiera. Esta (pre) visión, anterior a toda experiencia, tiene
por origen, según Kant, el tiempo, como "imagen pura (...) de todos los sentidos en general".
Sigue así un sistema de principios que establece que las condiciones de la experiencia son igualmente las condiciones a priori de los objetos (físicos) de
la experiencia; se articula como sigue: 1) los axiomas de la intuición, en virtud de los cuales todo fenómeno comporta una magnitud espacio-temporal
extensiva; 2) según la intención, las anticipaciones de la percepción suponen obligatoriamente "un grado de influencia sobre los sentidos" o contenido
material de toda percepción futura; 3) analogías de la experiencia, que regulan las uniones entre los fenómenos, ya que todo fenómeno es, según la
permanencia, la sucesión o la simultaneidad, relativa al tiempo; esta relatividad supone el principio de la sustancia que hace posible la diferencia entre
sucesión y simultaneidad; además, si el principio de causalidad explica la sucesión, entonces la reciprocidad (o reversibilidad de la causa y del efecto)
implica la simultaneidad; 4) por último, los postulados del pensamiento empírico en general, que son lo posible (satisfaciendo a las "condiciones formales
de la experiencia"), lo real (satisfaciendo a las "condiciones materiales" de la experiencia) y lo necesario (satisfaciendo a las "condiciones generales de la
experiencia"). Para aumentar la modalidad, se observa que estos postulados no intervienen más que indirectamente en la constitución de un objeto de
conocimiento: relacionan los objetos dados a nuestras facultades. Estos principios que fundamentan la experiencia de un objeto, concluye Kant, son las
leyes universales de la naturaleza. Acotan el campo de la experiencia posible, fuera del cual ningún conocimiento objetivo es posible, ya que excede
nuestro poder cognoscitivo. El entendimiento no se ocupa, pues, más que de los fenómenos, sean las cosas tal como nos parecen y no tal como son.
Fuera de la esfera fenomenal las cosas residen en sí, inaccesibles de hecho a la experiencia. Por este motivo los poderes de la propia razón están
limitados, porque "nuestro conocimiento proviene de dos fuentes fundamentales (...): la receptividad de las impresiones y la espontaneidad de los
conceptos".
8. Las ilusiones de la razón
La dialéctica trascendental extrae así las consecuencias que se pretendían investigar. La razón, constata Kant, aunque condicionada, no puede evitar
razonar o especular sobre una última condición que daría razón, por así decirlo, de su condición, proyectándose espontáneamente en el mundo de las
ideas suprasensibles. Este paso al límite, que excede el campo definido por la estética, así como los poderes del entendimiento, es una ilusión natural
propia de la razón misma. De ahí el título de ilusiones trascendentales que Kant da a las ideas, por oposición a los conceptos. Sobreestimadas en su
valor y en el papel que se pretende que desempeñen, así le aparecen las ideas del alma (fruto en psicología de paralogismos), del mundo (fruto en
cosmología de antinomias) y de Dios (fruto en teología del ideal de la razón); en cuanto a esto, las ideas no tienen más que una "apariencia dialéctica",
porque suponen un objeto sin predicado, una totalidad sin partes y una causa sin efecto. O, dicho de otro modo, datos de los que no se puede tener
ninguna experiencia concreta. Ahora bien, estas ideas trascendentes salen en realidad, y respectivamente, de la inmanencia de una triple "unidad
absoluta": las del "sujeto pensante", de la "serie de condiciones del fenómeno" y de la "condición de todos los objetos del pensamiento en general". Se
puede, ciertamente, probar la existencia de Dios, argumentando pruebas ontológicamente (ideas), cosmológicamente (ser supremo) o físico-
teológicamente (fin de fines) determinadas; pero supone descender del orden nounomenal (el de las cosas en sí) al orden fenomenal (el de los objetos
posibles). En prueba de lo cual, toda objeción equivaldría a una demostración, y viceversa. La metafísica no puede pues dar lugar a un saber objetivo
más que limitándose al uso prescrito por los objetos posibles de la experiencia. No obstante, concluye Kant, estas conjeturas no son sin embargo más
que la expresión de un noble ideal.
9. La abrogación del saber
Por último, resta prevenir acerca de los usos abusivos de la razón determinando las "condiciones formales de un sistema completo de la razón pura" en
una teoría trascendental del método. Ello implica una disciplina y un canon. Respectivamente, el ser humano debe abstenerse de imitar, en filosofía, el
método matemático que desemboca en el dogmatismo, que induce a la polémica y al escepticismo metódico también cuestionados. Que se proceda por
hipótesis o que se administren pruebas, la crítica pide que se les remita siempre al campo de la razón, a una moral que supone tres postulados: la libertad
de la voluntad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios. Es así como, escribe Kant, "todo interés de mi razón (especulativa como práctica) está
contenida en estas tres preguntas: ¿qué puedo saber? ¿qué debo hacer? ¿qué me está permitido esperar?" Estas preguntas, a las que la Crítica de la
razón pura no responde más que a través de hipótesis decisivas, abren desde este momento el campo a una investigación respecto a la credibilidad de la
razón: "he tenido que abrogar el saber para hacer un sitio a la fe" concluye Kant, antes de empezar la Crítica de la razón práctica (1788), que anuncia
esta profesión de fe.
Éste es el resultado de la amplia investigación crítica emprendida por Kant con respecto a la metafísica, con el doble título de "disposición natural" y de
"ciencia". En el fondo, se trataba nada menos que de descubrir, "bajo la mirada crítica de una razón más elevada que ella, el punto de error de la propia
razón". La razón, en efecto, tiene pasiones que la dogmática ignora. Así es como Kant elaboró como crítica una metafísica de la metafísica, según la cual
la razón no podría l división identifica a muchas de las grandes religiones del mundo.
11. Desarrollo filosófico y aplicaciones
El concepto filosófico de trascendencia fue desarrollado por el filósofo griego Platón. Afirmaba la existencia de la bondad absoluta, que caracterizó como
algo más allá de toda descripción y como aprehensible en último término sólo gracias a la intuición. Filósofos religiosos posteriores, influidos por Platón,
aplicaron este concepto de trascendencia a la divinidad, manteniendo que Dios no puede ser descrito ni comprendido en términos que son extraídos de la
experiencia humana. La doctrina de que Dios es trascendente, en el sentido de existir fuera de la naturaleza, es un principio fundamental en las formas
ortodoxas del cristianismo, el judaísmo, y el islam.
Los términos trascendente y trascendental fueron utilizados en un sentido más limitado y técnico por los defensores de la escolástica a finales de la edad
media para señalar conceptos de una generalidad sin restricciones que afecta a todo tipo de materias. Los escolásticos reconocían seis conceptos
trascendentales de este tipo: esencia, unidad, bondad, verdad, materia y algo (en latín, ens, unum, bonum, verum, res y aliquid).
El filósofo alemán Immanuel Kant fue el primero en hacer una distinción técnica entre los términos trascendente y trascendental. Kant reservó el término
trascendente para entidades como Dios y alma, las cuales se cree existen fuera de la experiencia humana y son por lo tanto incognoscibles; utilizó el
término trascendental para indicar a priori formas de pensamiento, es decir, los principios innatos con los que la mente configura sus percepciones y hace
inteligible la experiencia. Kant aplicó el nombre filosofía trascendental al estudio del pensamiento puro y sus formas a priori. Posteriores filósofos
idealistas alemanes influidos por Kant, de una forma muy acusada, como Johann Gottlieb Fichte, Friedrich W. Schelling y Edmund Husserl describían sus
ideas como trascendentales. Por lo tanto, el término trascendentalismo viene aplicándose casi en exclusiva en el lenguaje propio de las doctrinas surgidas
del idealismo metafísico.
12. Literatura trascendental
En un sentido más específico, trascendentalismo se refiere al movimiento literario y filosófico que se desarrolló en los Estados Unidos en la primera mitad
del siglo XIX. Aunque el movimiento fue, hasta cierto punto, una reacción frente a ciertas doctrinas racionalistas del siglo XVIII, resultó muy influenciado
por el deísmo, que, si bien era racionalista, se opuso a la ortodoxia calvinista. El trascendentalismo supuso también un rechazo de las estrictas actitudes
religiosas puritanas procedentes de Nueva Inglaterra, donde se originó el movimiento. Además, se opuso al ritualismo estricto y a la teología dogmática
de todas las instituciones religiosas establecidas.
Más importante aun, los trascendentalistas estuvieron influenciados por el Romanticismo, especialmente en aspectos como el examen de conciencia, la
exaltación del individualismo y el elogio de las bellezas de la naturaleza y de la humanidad. En consecuencia, los escritores trascendentalistas expresaron
sentimientos semi-religiosos hacia la naturaleza, así como el proceso creativo, y veían una conexión directa, o una correspondencia, entre el universo
(macrocosmos) y el alma individual (microcosmos). Según esta idea, lo divino impregna todos los objetos, animados o inanimados, y el objetivo de la vida
era la unión con el denominado alma superior. La intuición, más que la razón, fue considerada como la facultad humana más elevada. La realización del
potencial humano podía ser alcanzada a través del misticismo o gracias a una conciencia profunda de la belleza y la verdad del mundo natural
circundante. Este proceso fue considerado como inherente al individuo, y toda la tradición ortodoxa se convirtió en sospechosa.
El trascendentalismo estadounidense nació con la fundación del Club Trascendental en Boston en 1836. Entre los líderes del movimiento figuraban el
ensayista Ralph Waldo Emerson, la feminista y reformadora social Margaret (Sarah) Fuller, el predicador Theodore Parker, el pedagogo Bronson Alcott, el
filósofo William Ellery Channing, y el autor y naturalista Henry David Thoreau. El Club Trascendental publicó una revista, La Esfera , y algunos de los
miembros del club participaron en un experimento de vida en comuna en Brook Farm, West Roxbury, Massachusetts, en torno a 1840. Los principales
trabajos trascendentales del movimiento estadounidense incluyen los ensayos de Emerson "Naturaleza" (1836) y "Auto-confianza" (1841), así como
muchos de sus poemas metafísicos, y el Walden, o la vida en los bosques (1854) de Thoreau, que relata el intento de un individuo de vivir con sencillez y
en armonía con la naturaleza.
13. Crítica de la razón práctica
Obra escrita por el filósofo alemán Immanuel Kant. Fue publicada en 1788 con el título original de Kritik der praktischen Vernunft. Después de que en la
Crítica de la razón pura (1781) midiera los poderes y circunscribiera el propio ámbito del ejercicio de la razón teórica, esta segunda Crítica presentaba la
filosofía práctica de Kant y trataba de demostrar que si el uso teórico de la razón está limitado por los objetos de la experiencia, su uso práctico le abre,
en cambio, un campo de aplicación ilimitado: el de la acción moral como práctica no condicionada.
14. Querer y deber
La vocación de la razón, por supuesto en los límites y las estructuras de su posibilidad, es práctica, pues es la única capacitada para determinar la
voluntad. Como puede hacerlo, el ejercicio legítimo de la razón pura, por oposición a la razón empírica o científicamente determinada, es un puro deber;
esta pureza tiene la voluntad como poder legislativo (autodeterminado y autodeterminante) de la razón que, como tal, sitúa de entrada dicha voluntad más
allá de los límites de la sensibilidad y más cerca de la razón especulativa. La felicidad, el bien y otros deseos de perfección, no podrían en ningún caso
agotar los recursos de la "buena voluntad" que es la voluntad a priori buena. Así, al igual que las matemáticas formulan la ecuación de un problema con
intención de resolverlo, la crítica de la razón práctica consiste en plantear los puros principios racionales de la moralidad, con el fin de asentar la
universalidad y la necesidad.
Mientras que la Crítica de la razón pura consistió en enfrentar a la razón consigo misma (con el fin de hallar las reglas intrínsecas que someten todo
conocimiento objetivo a la experiencia), la segunda Crítica, en cambio, hace de la devaluación especulativa del saber una revaluación práctica y también
intrínseca: del examen de los poderes de la facultad de conocer, pasando en adelante al de sus deberes, por naturaleza conformes al principio objetivo
del comportamiento moral. Así es como el bien no podría ser de otro objeto que no fuese el de la propia razón, mientras que ella se sienta como tal: sea,
razonable y no solamente raciocinante. Si el conocimiento objetivo corresponde únicamente a las ciencias experimentales, entonces el verdadero objeto
de la filosofía consiste en plantear los principios puros de la acción moral. Ahora bien, éstos destacan con la intención pura que Kant distingue de la
simple inclinación, aunque fuese loable: en efecto, la compasión, por ejemplo, es "conforme al deber pero no tiene ningún valor moral verdadero". Porque
en el primer caso, el motivo, el medio o el fin de la acción (o de la práctica) moral es el ejercicio de la razón por y para ella misma, únicamente susceptible
de garantizar la racionalidad: "la majestuosidad del deber no tiene nada que ver con los placeres de la vida; tiene su propia ley y también su propio
tribunal" y, de hecho, es reflexiva; en el segundo caso, la razón como la voluntad moral transitiva es todavía tributaria de determinaciones, por así decirlo,
impuras, por ser empíricas. La prueba de la relatividad de éstas se encuentra en el origen de una buena acción, que radica en el hecho de que siempre
es posible un mal uso de los preceptos.
De ello se deduce que sólo en el deber la razón manda de forma absoluta, pues el deber es "hablando con propiedad un querer, que sirve para cualquier
ser racional, con la condición de que en éste la razón sea práctica sin obstáculo".
15. Máxima y precepto
La necesidad de una acción cumplida por respeto a la ley moral permite desde ese momento distinguir la acción "conforme al deber", que depende de la
simple legalidad (por estar inspirada por el sentimiento, el temor o la inclinación), de la que se efectúa "por deber", es decir por moralidad. Ésta, de hecho,
depende sólo del respeto a la ley, como sentimiento determinado a priori (o puramente racional) por la representación (o ideas) de la ley moral. En este
sentido, precede la experiencia y es válida para todos los seres racionales. De lo que se deducen también dos tipos de imperativos u obligaciones: los
que, suponiendo un fin que les condicionan, son llamados hipotéticos, y los llamados categóricos, es decir incondicionales, formales o autosuficientes; ya
que "las incitaciones naturales no pueden producir el deber, (sino) únicamente un querer condicionado": es el caso de los preceptos morales.
Deber es, por lo tanto, querer, incondicionalmente y viceversa. De ahí que Kant grabe un primer mandato (llamado sintético a priori) en sus tablas de la
ley: "Obra como si la máxima de tu acción pudiera ser erigida, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza". Sin embargo, no siendo susceptible de
ser, ni invalidado, ni confirmado por la experiencia empírica, es necesario pues llegar a la conclusión de la imposibilidad de un acto moral absolutamente
conforme con el deber, que sólo puede ser obra de un santo. El deber moral, en efecto, "es un querer necesario propio del hombre como miembro de un
mundo inteligible, y no lo concebirá como deber mientras que se considere al mismo tiempo miembro de un mundo sensible". ¿Cómo pasar del plano
subjetivo (el del respeto) al plano objetivo o universal (el de la ley)? Gracias al formalismo del imperativo categórico como juicio sintético a priori, que es
también la condición objetiva de la autonomía del sujeto.
Desprovisto de móviles materiales o patológicos extrínsecos a la voluntad (egoísmo, culpabilidad social, temor de Dios), el deber es ese acto voluntario
que a priori es su propio fin y que define además la libertad. Ésta no debe pues entenderse en función de las imposiciones individuales o colectivas
(contingentes por definición) sino libres a priori de toda determinación extrínseca.
Conformarse con la ley es igual que elegirla como tal, que someterse a ella por las buenas o por las malas. En virtud de lo cual, el imperativo categórico
deberá entenderse también como sigue: "Obra de tal modo que uses en todo momento humanidad, tanto en tu persona como en la ajena, siempre como
fin y nunca exclusivamente como medio".
16. Creer como querer
Ciertamente, renunciar a la felicidad, siempre hipotética o relativa en sí, es imposible, porque el hombre es un ser limitado y, como tal, susceptible de
inclinaciones sensibles. De igual modo, la desgracia no predispone, en efecto, al cumplimiento desinteresado del deber de inspiración suprasensible. La
búsqueda de la felicidad personal parece pues entrar en contradicción con el sentimiento moral absoluto. Pero, salvo que de la relación causa efecto se
haga otra cosa que no sea una necesidad de la naturaleza, el principio moral no podrá dar lugar a una ascesis o a cualquier otra disciplina, como lo
preconizaban los epicúreos, ni tampoco se podrá plantear como la virtud en sí de los estoicos.
¿Cómo obrar entonces para la realización de un "bien soberano"? Como no puede ser objeto del conocimiento, porque éste llama a la experiencia, sólo
puede serlo de la creencia. En consecuencia, el bien soberano sólo puede ser el objeto de una aproximación indefinida, tal como intenta demostrarlo la
dialéctica de la razón. Ahora bien, ésta plantea especialmente dos postulados, es decir ideas suprasensibles pero pensables, que son Dios y la
inmortalidad, y a los que podemos atribuir una realidad práctica; escribe Kant: "llamo postulado de la razón pura práctica a una proposición teórica pero
como tal no demostrable, y que sin embargo depende inseparablemente de una ley práctica con un valor incondicionado". De modo que la existencia de
Dios se impone, porque garantiza la relación entre los seres razonables como miembros de un "reino de los fines", la cohesión social de los sujetos
morales; el postulado de la inmortalidad del alma, es decir del hombre consciente de sí mismo como de un fin en sí, da al individuo una representación de
su perfectibilidad moral infinita.
La libertad consiste pues en obrar según las reglas de nuestra propia razón, como si existiera una legislación suprasensible. Es decir, "el hecho de que el
hombre sea consciente de que puede hacerlo porque debe, abre en él un abismo de disposiciones divinas que le hace experimentar una especie de
estremecimiento sagrado, frente a la grandeza y a la sublimidad de su verdadero destino".
17. Crítica del juicio
Obra escrita por el filósofo alemán Immanuel Kant. Fue publicada en 1790 con el título original de Kritik der Urteilskraft.Si el entendimiento es la facultad
legisladora, como ya puso de manifiesto en Crítica de la razón pura (1781) y dedujo en Crítica de la razón práctica (1788), si la ley de la razón pura
práctica es la de una voluntad libre como facultad de desear, pensaba Kant que lo último que quedaría es proceder al examen de la facultad de juzgar
como tercer principio trascendental entre la ciencia, por un lado, y la moral que lo subordina, por otro. Se trata de "saber ahora si la facultad de juzgar, (...)
que constituye un intermediario entre el entendimiento y la razón, tiene también en sí misma principios a priori". Esta tercera crítica será teleológica,
porque "puede y debe indicar el método según el cual hay que juzgar a la naturaleza conforme al principio de causas finales".
En la introducción de esta obra, Kant sitúa la finalidad en el esquema transcendental según su doble determinación: como finalidad formal es subjetiva (o
estética) y como finalidad real es objetiva (u orgánica). De ahí la división de este tratado en críticas del juicio estético y teleológico.
Cuando la regla, el principio y la ley son dados, el juicio se llama determinante. En cambio, si sólo lo particular es dado, el juicio en busca de lo universal
se llama reflectante. Como tal, no puede llamarse objetivo como en la ciencia, sino teleológico, pues supone una unidad en la diversidad de la naturaleza;
el juicio tiene lugar como si "un entendimiento contuviera el fundamento de la unidad de sus diversas leyes". No plantea pues objeción, sino solamente
reglas susceptibles de unificar los fenómenos heterogéneos de la naturaleza según un sistema capaz de orientarnos en la "diversidad excesiva de la
naturaleza". Ahora bien, ciertos objetos, artificiales o naturales, dan lugar a este concepto, en cuanto que representan para el sujeto la ocasión de
experimentar un sentimiento de agrado o desagrado, como sentimiento intermediario entre las facultades de conocer y de desear. Juzgar es siempre
juzgar en función de un fin, que siempre es el objeto de una inclinación.
Distingue, pues, dos finalidades: la subjetiva y la objetiva. En el primer caso es puramente reflexiva o contemplativa, pues hay un acuerdo "antes de todo
concepto" entre la forma exterior de un objeto y las facultades de conocer, que son el entendimiento y la imaginación como actividad armoniosa
espontánea; en el segundo, la finalidad está presupuesta a través del objeto según la idea que nos anima, de un fin ideal o suprasensible de la
naturaleza.
18. La finalidad forma
La aprehensión estética de las cosas no contribuye en nada a su conocimiento, pero aumenta la facultad de conocer, en tanto que mantiene una relación
inmediata de ésta con el sentimiento (de agrado o desagrado) subjetivo. Así nace el juicio del gusto, según las cuatro formas lógicas de todo juicio. Según
la cualidad, lo bello es el objeto del sentimiento desinteresado, como esas flores y dibujos libres "que no dependen de ningún concepto pero que sin
embargo gustan", no debiéndose confundir este placer con lo agradable que aumenta los sentidos. Según la cantidad, lo bello es el objeto de una
pretensión del sujeto a la universalidad subjetiva, libre de todo interés o de toda inclinación, porque "tiene que contener el fundamento de una satisfacción
para todo el mundo". Según la relación, debe distinguirse la belleza en abstracto, libre o pura (las flores no presuponen ningún concepto), de la belleza
adherente o condicionada (la belleza de un ser humano presupone un concepto como su perfección). Según la modalidad, "es bello lo que se reconoce
sin concepto como el objeto de un placer necesario".
Ni lógico, ni moral, el juicio del gusto es pues subjetivo, pero comporta una dimensión universal en la medida en que pretende la adhesión de todos, en
virtud del sentido común como "capacidad de comunicación universal del estado de ánimo". Tal es el objeto de la dialéctica de la facultad de juzgar, que
no es una dialéctica de la crítica del gusto, pues no hay ninguna ciencia que proporcione una regla a priori de lo bello, sino solamente una crítica: la
legalidad estética es pues una "legalidad sin ley". Sin embargo, para reclamar la aprobación de todos, lo bello es "el símbolo de un bien moral", pues el
juicio del que procede se atribuye a sí mismo una ley, que no es ni la de la naturaleza, ni la de la libertad, sino que depende de lo suprasensible, en el que
el poder teórico está ligado al poder práctico de un modo común y desconocido para formar una unidad.
Todo transcurre, en suma, como si un entendimiento, exterior al sujeto, hubiera dispuesto el mundo a conveniencia de su ualidad formal de las cosas,
puede ser considerada como la presentación de un concepto indeterminado del entendimiento, allí donde la satisfacción intrínseca que proporciona lo
sublime, del que el objeto es lo informe y la cantidad, puede ser considerada como la presentación de un concepto indefinido de la razón.
Pues sublime es "lo pura y simplemente grande", escribe Kant, cuya infinidad se identifica en nosotros por medio de la imaginación, con "un sustrato
suprasensible (que está en la base de nuestra facultad de pensar)"; la imaginación engendra pues en el sujeto el respeto (magnitudo reverenda) de la
grandeza de su destino, haciéndole sensible su propia sublimidad.
Dr. Gustavo Schneider
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