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Teología Mística   Dionisio Areopagita   No hay tratado tan corto con tan larga influencia en Occidente como la «Teología Mística» del Areopagita. Podríamos aventurarnos a afirmar que toda la mística cristiana se basa en estas pocas líneas o al menos está contenida en ellas. No se puede negar la influencia que supuso en obras posteriores como «La Nube del no Saber» o las ideas sobre la "docta ignorancia" que desarrollaría Nicolás de Cusa y los místicos alemanes, llegando la influencia de una u otra manera hasta San Juan de la Cruz. La «Teología Mística», este librito que habla de Dios por vía de silencio, nos pone en los umbrales del cielo. Teología, para Dionisio, es sinónimo de Biblia, hablar con y de la palabra de Dios. Mística significa el admirable descubrimiento del Misterio, Infinito más que los cielos y los mares. Queda el alma abismada, sin palabras, encantada, y al volver a la tierra su mirada exclama: ¡Nada! Nada como aquello, nada se le parece, es el Inefable. Yo niego que lo mejor de este mundo se pueda comparar con aquel Bien. No, no me digan palabras que no alcanzan la Verdad. Déjenme en silencio cantar sus alabanzas. Apofática, mística, silencio vivencial. Al concluir el tratado habría que comenzar la lectura de San Juan de la Cruz por el pórtico de la Subida. Vería cualquier lector que el santo castellano no dice nada raro, pues no hace más que injertarse y florecer en la más pura tradición contemplativo-cristiana de fe y filosofía. Comprendemos asimismo la gran lección del Islam (que quiere decir el "Inefable"): sumisión suprarracional al Único. Pueblos de largas horas de oración silenciosa. Admirables sufíes... ¿Y qué decir de los monjes budistas? Caminos que, a juicio de Único Juez de conciencias, posiblemente estén muy dentro del Camino Verdadero para la Vida: Jesucristo.   Capítulo I En que consiste la divina tiniebla 1. Trinidad supraesencial, Sumo Dios, Suprema Bondad, guardián de la sabiduría divina de los cristianos, condúcenos a la más desconocida, la más luminosa, la más alta cumbre de las Escrituras místicas; allí están ocultos, bajo las tinieblas más que luminosas del silencio que revela los secretos (Ex 20,21; Dt 4,11; 5,22; 2 Sam 22,10; 1 Re 8,12.53; 2 Cron 6,1; Sal 17,10; 96,2; Sir 45,5), los simples, absolutos e inmutables misterios de la teología, que resplandecientes desbordan su abundante luz en medio de las más negras tinieblas y en ese lugar totalmente intangible e invisible inundan de hermosísimos fulgores a las mentes deslumbradas. Ojalá me sea concedido esto, y tú amigo Teófilo, con un continuo ejercicio de la contemplación mística abandona las sensaciones y las potencias intelectivas, todo lo sensible e inteligible y todo lo que es lo que no es, y, en la medida posible, dejando tu entender esfuérzate por subir a unirte con aquel que está más allá de todo ser y conocer. En efecto, si te enajenas puramente de ti mismo y de todas las cosas con enajenación libre y absoluta, habiendo dejado todo y libre de todo serás elevado hasta el rayo supraesencial de las divinas tinieblas. 2. Pero procura que no escuche estas cosas ningún profano; me refiero a quienes se contentan con los seres y no se imaginan que hay algo superior supraesencialmente a los seres, sino que creen que con su razón natural pueden conocer al que puso «la oscuridad por tienda suya» (Sal 17,12). Y si la iniciación en los misterios divinos les supera a éstos, ¿qué podríamos decir de los que son aún más ignorantes, aquellos que describen a la Causa suprema de todos los seres valiéndose de los seres más bajos que existen, y afirman que Ella no es superior en nada a los impíos y multiformes ídolos que ellos se inventan? Es necesario atribuir y decir de la Causa todo lo que se afirme de los seres, por ser la causa de todos ellos, y todo eso decirlo de Ella más propiamente, porque es supraesencialmente superior a todas las cosas, y no debemos creer que las negaciones sean algo que contradice a las negaciones, sino que la Causa, que está por encima de toda negación o afirmación, existe mucho antes y trasciende toda privación. 3. Ciertamente por eso afirma el divino Bartolomé que la Escritura es extensa y brevísima, y que el evangelio es amplio y extenso y a la vez conciso; a mí me parece que él había entendido perfectamente que la misericordiosa Causa de todo es elocuente y lacónica a la vez e incluso callada, pues carece de palabra y de razón, debido a que Ella es supraesencialmente superior a todo y se manifiesta sin velos y verdaderamente únicamente a quienes prescinden de todas las cosas impuras y también las puras y sobrepasan toda ascensión de todas las sagradas cumbres y superan todas las luces divinas y los ecos y palabras celestiales y «se abisman en las Tinieblas, donde mora verdaderamente –como dicen las Escrituras– el que está más allá de todo» (Ex 19,9; 20,21). No en vano, efectivamente, el divino Moisés recibe el mandato de purificarse él primeramente, y demás, que se apartara de los que no lo estuvieran, y después de haberse purificado del todo pudo escuchar las trompetas de varios sonidos y pudo ver muchas luces que fulguraban puros y abundantes rayos; después se separó de la multitud y acompañado de los sacerdotes elegidos se encaminó a la cumbre del monte santo. Aunque ciertamente no se encontró en el mismo Dios en persona y no le pudo ver, pues es invisible, sino con el lugar donde Él mora. Y yo pienso que esto quiere indicar que las cosas más santas y sublimes que vemos y pensamos son meros razonamientos hipotéticos para poder explicar al que todo lo trasciende. Por ellos se hace manifiesta su presencia, que supera toda imaginación, que camina por las alturas inteligibles de sus santísimos lugares. Y solamente entonces se ve libre de esas cosas vistas y también de las que ven y penetra en las tinieblas realmente misteriosas del no-saber, y allí cierra los ojos a todas las percepciones cognitivas y se abisma en lo totalmente incomprensible e invisible, abandonado por completo en el que está más allá de todo y es de nadie, ni de sí mismo ni de otro, pero renunciando a todo conocimiento, queda unido en la parte más noble de su ser con Aquel que es totalmente incognoscible y por el hecho de no conocer nada, entiende por encima de toda inteligencia.   Capítulo II Como debemos unirnos y alabar al Autor de todas las cosas Rogamos que también nosotros podamos adentrarnos en esas tinieblas luminosas y renunciando a toda visión y conocimiento podamos ver y conocer al que está por encima de toda visión y conocimiento por el mismo hecho de no ver ni entender –pues efectivamente esto es ver y conocer de verdad– y celebrar sobrenaturalmente al Supraesencial habiendo renunciado a todos los seres, como los artistas cuando hacen una estatua natural que quitan todos los impedimentos que enmascaran la pura visión de lo que se halla escondido y por el mero hecho de quitárselos hacen que aparezca esa belleza oculta. Pienso, pues, que es necesario celebrar la negación en contraposición a los principios, pues a ésos los hemos ordenado partiendo de los más remotos principios y hemos descendido desde los del medio hasta los extremos. En cambio allí, en la negación, hacemos privación de todo para ascender desde lo más inferior hasta los primerísimos principios, para conocer sin velos al Incognoscible que oculta todo lo cognoscible de todos los seres y que podamos ver esa Tiniebla supraesencial que toda la luz de las cosas no deja ver.   Capítulo III Que se entiende por teología afirmativa y teología negativa  En los Elementos de Teología dejé ya aclarado, sin duda, lo más importante de la Teología afirmativa: cómo a la Naturaleza divina y buena la llamamos Una y cómo Trina; en qué sentido le aplicamos la Paternidad y la Filiación; qué significa la expresión divina del Espíritu; cómo han podido brotar del Bien inmaterial e indivisible las cordiales luces de bondad y cómo han permanecido inseparables, al difundirse desde su trono coeterno, en Él, en ellas mismas y entre sí; cómo Jesús, que es supraesencial, ha podido sustanciarse con verdadera naturaleza humana. He celebrado también en Las Definiciones Teológicas otras muchas cosas que nos han revelado las Escrituras. En el tratado Los nombres de Dios he explicado en qué sentido llamamos a Dios Bien, Ser, Vida, Sabiduría, Poder y todos los otros nombres conocidos de Dios. Y en la Teología simbólica cuáles son las analogías que puede haber entre las cosas sensibles y las divinas y sus partes y órganos; cuáles son los lugares y ornamentos divinos; cuáles son sus sentimientos; cuáles son sus dolores y enojos; cuál su entusiasmo y embriaguez; cuáles sus juramentos y cuáles sus maldiciones; cuáles son sus sueños y cuáles sus vigilias, y todas aquellas otras sagradas formas de que nos servimos para representar simbólicamente a Dios. Supongo que tú has observado que los últimos libros son mucho más extensos que los primeros. Era conveniente, efectivamente, que Las Definiciones Teológicas y la explicación de Los nombres de Dios fueran más breves que la Teología simbólica , pues realmente cuanto más alto ascendemos, encontramos menos palabras para poder explicar las visiones de las cosas espirituales. Por ello también ahora, al adentrarnos en las tinieblas que exceden toda inteligencia, no solamente seremos parcos en palabras, sino que nos quedaremos totalmente sin palabras y sin pensar en nada. Allí, es verdad, en aquellos escritos, el discurso procedía desde lo más alto hasta lo más bajo, y cuanto más se descendía, en esa proporción aumentaba el caudal de ideas. Ahora, en cambio, cuando uno intenta subir desde las cosas de abajo hasta lo sumo, a medida que sube comienzan a faltarle las palabras y cuando ha terminado ya la subida se quedará totalmente sin palabras y se unirá completamente con el Inefable. Pero quizás puedas preguntar ¿por qué comenzamos poniendo primero las afirmaciones sobre Dios y en cambio en las negaciones lo hacemos partiendo desde lo más bajo? Pues lo hemos hecho porque, cuando se trata de afirmar algo sobre Aquel a quien no alcanza ninguna afirmación, debe hacerse la supuesta afirmación partiendo de lo más próximo a Él; en cambio al hablar de negación en Aquel que trasciende toda negación, debe hacerse negando a partir de las cosas más distantes de Él. ¿No es verdad que Dios es más Vida y bien que aire o piedra (I Sam 19,11; Sal 117,22), y también que dista más de la embriaguez y enojo que de cuanto no pude ser nombrado y entendido?   Capítulo IV Que no es nada sensible la Causa transcendente a la realidad sensible  Decimos, pues, que la Causa de todo y que está por encima de todo no carece de esencia ni de vida, ni de razón ni de inteligencia, que no es cuerpo ni figura, ni tiene forma alguna, ni cualidad, ni cantidad ni volumen. No está en ningún lugar, no se la puede ver ni tocar. No siente ni puede ser percibida por los sentidos. No sufre desorden ni perturbación debido a las pasiones terrenales, ni le falta fuerza para poder superar accidentes sensibles. Ni está necesitada de luz. No es ni tiene cambio, corrupción, división, privación, ni flujo, ni ninguna otra cosa de las cosas sensibles.   Capítulo V Que no es nada conceptual la Causa suprema de todo lo conceptual  Y ascendiendo más, añadimos que no es alma ni inteligencia, no tiene imaginación ni opinión ni razón ni entendimiento. No es palabra ni pensamiento, no se puede nombrar ni entender. No es número ni orden, ni magnitud ni pequeñez, ni igualdad ni desigualdad, ni semejanza ni desemejanza, ni permanece inmóvil ni se mueve, ni está en calma. No tiene poder ni es poder ni luz. No vive ni tiene vida. No es sustancia, ni eternidad ni tiempo. No hay conocimiento intelectual de Ella ni ciencia, ni es verdad ni reino ni sabiduría, ni uno ni unidad, ni divinidad ni bondad, ni espíritu, como lo entendemos nosotros, ni filiación ni paternidad ni ninguna otra cosa de las conocidas por nosotros o por cualquier otro ser. No es ninguna de las cosas que no son ni tampoco de las que son, ni los seres la conocen tal como es, ni Ella conoce a los seres como son. No hay palabras para Ella, ni nombre, ni conocimiento. No es tinieblas ni luz, ni error ni verdad. Nada en absoluto se puede negar o afirmar de Ella, pero cuando afirmamos o negamos algo de las cosas inferiores a Ella no le añadimos ni quitamos nada, pues la Causa perfecta y única de todas las cosas está por encima de toda afirmación y también la trascendencia de quien está sencillamente libre de todo está por encima de toda negación y más allá de todo.
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